La herida supone una nueva vida.
Unos tejidos se desmembran
y una lágrima cae sobre la mesa,
un cuchillo que divide nuestras voces.
Jugando a devorar dioses,
los apóstoles me concedieron
un trozo de milagro.
Mi culpa es un destierro fiel.
Blando un poco más,
no me importa y sigo hundiéndome
sin mi cabeza.
Ella solo me mira desde el techo,
cuelga en una esquina que solo me recuerda
mis pesados tumores.
Vuelvo la mirada hacia mis manos,
nunca hubo sangre
pero el universo yace dentro de tonos
rojos y verdes.
Pequeñas personitas que construyen sus
nuevas desgracias.
Jugosos humanos que labran una horda
también van a morir en su momento.
En un segundo el llanto me transporta
hacia el mar
y el temblor se replica bajo esas capas de animales.
Lo natural es que te disuelvas,
un nuevo espejo rasca mi espalda.
Cuando miro hacia ti,
solo veo la marca que se seca
y me habla.
Un ritual donde el semen borra las escamas.
Mentiras que quedarán enterradas desde el otro canal.
Pasa y pasa por los movimientos,
espera el momento de tu nacimiento.
Saliendo de la tierra mojada
todo parece un cazador que nunca para.
Elimina las marcas,
sacude las huellas,
llena la bolsa con sus pedazos.
Somos asesinos que cocinan en sus vientres
el miedo al olor.
La luna y su ojo oracular,
todo se funde entre golpes y mordiscos.
La sonrisa te perdona
porque sabe que te comes
la llaga maloliente.
Construir un imperio en medio de sus
ondulaciones,
ahogado en las risas de las víctimas,
expandes el útero en tus párpados
y encuentras otro cántaro que se derrite.
Lo olvidas
y vuelves a empezar.
El cuchillo te mira
y tú sabes que nos volveremos a encontrar.
Los gusanos infinitos tienen que volver a su lugar,
por ahora se descomponen y me
alimentan.
Todo vuelve a su terca normalidad.