ÍCARO AHORA ES UN PAÍS

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Nunca había pensado que la mitología griega fuera tan buena metáfora para condensar la esencia de un país inmerso en una cantidad de contrastes que a veces pueden resultar absurdos pero que realmente tienen lógicas que subyacen a raíces demasiado profundas.

Así como Dédalo le advirtió al pequeño Ícaro que no volara tan alto porque pues había un evidente sol que lo iba a quemar, así mismo pasa en Colombia cuando te das cuenta de nuestra estupidez colectiva. En un segundo podemos ser los más altivos y prepotentes remedos de seres humanos y al siguiente estamos pisoteados por esa ridiculez que solo llegamos a asimilar con un abnegado y más bien renegado “Jueputa lo sabía”.

Todo esto también es una metáfora convertida vulgarmente en una plantilla. Acomódalo como un esténcil de esos de los estériles artistas “gomelos” que se colectivizan en nuestra tierra buscando un poco de abrigo a su falta de esfuerzo y talento en medio de círculos sociales burgueses disfrazados de “callejeros”. Acomódalo a la razón por la que elegimos a un presidente que nos devuelve a un pasado oscuro y que se transforma de nuevo en esa apología del narcotráfico que se materializa en el rostro gamonal lleno de odio ignorante cuando ves hablar a nuestro adorado hipócritamente aun “presidente Uribe”, porque ni siquiera debería estar aclarando que Duque es un mal chiste convertido en la lechona más mal empacada que han sentado como un año viejo maloliente en la Casa de Nariño. Y finalmente acomódalo a esa fascinante y deliciosa cultura colombiana de querer destruir a tu prójimo antes que apoyarlo, o por lo menos dejarlo en paz.

Bueno y ya que tocamos a Uribe y esa grandiosa tierra que lo vomitó de sus entrañas –Antioquia- es muy curioso que el detonante de iluminación clarificadora bizarra que hoy se apodera de mis dedos frente a esta pantalla de computador en un sucio hostal de la Ciudad de México, donde me siento más abrigado por su gente, que en mi maravillosa tierra natal del saNgrado corazón del prostituido Jesús, haya sido una supuesta distribuidora editorial con el mismo nombre con el que decidí inspirarme en el título de este adefesio textual fugaz –qué maldita publicidad que les estoy haciendo además, porque se convirtieron en una inspiración para que un autodesterrado de su patria escriba algo por culpa de ellos-.

Bueno pues la actitud desdeñosa hacia las alternativas editoriales de los tenderos que manejan los canales de comunicación de esta supuesta distribuidora, creo que es el más claro ejemplo de lo que somos como país, de lo que nos han convertido y de lo que no queremos cambiar. Es tan simple como levantarte y en el primer minuto del día decir: “Hoy no quiero joder a los demás”, ya, es así de sencillo… pero no queremos, nuestra única motivación al salir a la calle al subirnos en el postindustrial Transmilenio o en el maquillaje de desarrollo que es el fastuoso metro de Medellín -porque lo siento por toda la gente correcta que vive en esta hermosa zona del país, pero siguen decepcionándome como sociedad- es a como dé lugar que deben demostrarle a los demás ser mejores que los de las otras zonas del país, del mundo y del universo conocido y difundido por los astrónomos más geniales, que obviamente no son nativos científicos ahorcados con un carriel –y no olvidemos que Antioquia tiene una cuenta pendiente con toda Colombia por haber sido la zona que más votó por el puto cerdo que administra nuestras vidas-.

Aunque mi error fue entender la figura de “distribuidora editorial” como una organización que se dedica no solo a vender con un desaforado y desesperado sentimiento de hambre y avaricia libros que ni siquiera saben de qué van, como una oda a nuestra constante tendencia a convertirnos en monstruos pusilánimes frente al otro, sino también a colectivizar la industria editorial independiente en una forma de apoyo a la creatividad emergente impresa, como me lo han demostrado con los brazos abiertos la mayoría de estos proyectos, en un país que te demuestra con una cachetada constante que es una industria editorial real, desde arriba hasta abajo, sin excusas elitistas disfrazadas de corrección política y ética. Y así es como empiezo a tener alucinaciones apocalípticas ingenuas de por qué nuestro país no avanza y por qué nuestra sociedad no solo cae carbonizada como nuestro héroe editorial montañero épico griego, sino como ese otro símbolo mítico del eterno retorno: Sísifo… somos un mito que se niega a aprender de sus errores… una y otra vez… una y otra vez.

C.